Como extranjera y por primera vez en Latinoamérica y, por tanto, también en Bolivia, lo primero que me chocó fue el tráfico.
No es la cantidad de coches y de buses que veo por las calles lo que me sorprende, sino la forma en que circulan y –más que nada– la falta de respeto que se le tiene al peatón.
Yo vengo de Alemania, país conocido por su estructuración y sus mil reglamentaciones. Y es verdad: en Alemania muchas veces todo está tan ordenado y estructurado que las cosas pueden llegar a carecer de vida y de alegría. Todo tiene su disposición y queda poco espacio para la espontaneidad. Sin embargo, en ciertas áreas de la vida cotidiana es necesario que haya orden.
El ámbito más importante que tiene que estar bien reglamentado es el tráfico.
No es por nada que en muchos tramos de las autopistas alemanas no haya límite de velocidad y que, al mismo tiempo, el número de accidentes de tráfico sea de los más bajos de Europa. Es simplemente porque los conductores, en su mayoría, respetan las reglas.
El trato al peatón
La mayor diferencia, a mi parecer, entre el tráfico urbano de Alemania y el de Bolivia es el trato al peatón.
Mientras que en Alemania el peatón es el más importante en todo el tráfico y respetarlo es la máxima cláusula en el Código de la Circulación, en Bolivia es todo lo contrario. Aquí el rey de las calles, por muy estrechas que sean, es el motorizado.
Si un peatón procede a cruzar una calle sin semáforo, ya sea con o sin cruce de cebra, en el momento en que un coche o bus se le acerque, éste por ley no escrita comienza a tocar la bocina para señalar que se encuentra en su perfecto derecho a irrumpir en tu camino. En el más extremo de los casos, incluso puede que acelere el motor para intimidar al peatón y hacer que éste dé un salto de susto y que nunca más vuelva a aventurarse a cruzar una calle cualquiera.
Yo, por idealista, cada vez que un coche me toca la bocina cuando estoy en mi pleno derecho a cruzar, me paro, me pongo a discutir con el conductor y trato de explicarle que las rayas blancas que están pintadas en el suelo simbolizan algo conocido como "cruce de cebra” y que tiene que esperar a que la persona haya cruzado.
En muchos casos, estos coches salen disparados por detrás de mí, mientras estoy cruzando, sin que yo los hubiera podido ver antes de poner el primer pie en la acera. En otros casos estoy poniendo justamente ese primer pie en la acera y salen disparados, de no sé dónde, bloqueándome el paso por completo. Me he encontrado en situaciones tan cercanas a un accidente que de ellas he sacado la conclusión de que si muero en Bolivia será atropellada por un coche. ¡Ojalá no sea así!
Me asombra también la presencia de policías en cruces de calles donde hay semáforos, desde donde indican tanto a los coches cuándo deben parar como a los peatones cuándo deben cruzar. Aún así, la mera presencia de varios guardias que dirigen a coches y peatones exactamente con la misma instrucción del semáforo, me demuestra que su presencia no será en vano y que debe haber una buena razón para que ellos estén justamente ahí, haciendo lo que hacen.
Las Cebras
Me recuerdan a las Cebras que uno se encuentra en algunos puntos estratégicos de la ciudad, sobre todo por el centro, con la pequeña diferencia de que éstas siempre están de buen humor.
Es más, las Cebras siempre me alegran el día en cuanto las veo. Esos jóvenes disfrazados de cebra ayudan a los peatones a cruzar de forma segura, parando a los coches al mismo tiempo, saludan, dan saltos y son alegres.
Las Cebras se han convertido en un elemento crucial del tráfico paceño, pues nos hacen recordar que andar y pasear por la ciudad debería ser algo positivo y alegre y no un paseo en el que uno tenga que temer por su vida y exponerse a insultos de parte de los conductores cada vez que uno quiera cruzar la calle.
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