jueves, 3 de diciembre de 2015

Con piel de cebra



Es miércoles por la mañana y todo parece indicar que será una jornada diferente. Así lo siente Yola Trino, una de las más entusiastas con la llegada de un singular grupo de visitantes. Si bien tiene 85 años, ello no le impide llegar a la primera fila del salón principal del Hogar San Ramón.

“Las estimo mucho. No se les ve la cara pero son agradables, su carácter es muy bueno y son muy educados”. Este día es especial porque el Club Cebras les visita con una rutina que ayuda a las personas de la tercera edad a revitalizarse y por un momento tengan la piel de cebras.

Desde el final del pasillo de la institución dirigida por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados —fundada en España por Santa Teresa de Jornet en el siglo XIX—, de a poco los habitantes de este asilo van ingresando al salón principal, con la ayuda de los jóvenes pertenecientes al Programa de Educadores Urbanos.

El sol y la temperatura agradable entran por los ventanales que rodean el ambiente, así es que Yola, quien se encuentra sentada en una de las sillas, está segura de que definitivamente no será un día cualquiera.

“Queremos que nuestros ancianos recuerden que cada momento cuenta en la vida”, explica Daniela Jinés, directora de Formación Integral Ciudadana, quien acaudilla a los funcionarios municipales con chalecos amarillos y a las cebras en los saludos, abrazos y charlas con los huéspedes del hogar.

“Brazos arribaaa, brazos abajooo, brazos arribaaa, brazos abajooo”, dice el instructor encargado del calentamiento de los abuelitos, quien es coadyuvado por los jóvenes que han decidido formar parte de este grupo de conciencia ciudadana. Como sonido de fondo, para elevar más la motivación de todos, se escucha la canción principal de la película Rocky I.

“Aaabran, cieeerren, aaabran, cieeerren”. Con el ejemplo de las cebras y los funcionarios ediles, los huéspedes del hogar extienden los brazos y luego los contraen, una y otra vez.

Para que las “neuronas despierten y recuerden” a través del tacto, el olfato, la vista y el instinto, las cebras distribuyen globos en cada fila y los abuelitos los pasan de mano en mano, lo que se repite con objetos de distintas texturas. Son ejercicios de calentamiento para que los músculos vuelvan a estar en actividad.

Para ese momento, la distensión inunda el salón anaranjado rodeado de un jardín lleno de luz y al calor de los rayos solares. Es el momento en que los visitantes extraen varios trajes de cebras, que las personas de la tercera edad vestirán por algunos minutos.

“No es un disfraz, como muchos dicen, es una piel, es parte de nosotros”, aclara Gaby Castillo, una de las 265 cebras que ayudan desde hace 14 años en la educación vial y que ahora incursionan en otras actividades, como la visita a los abuelitos.

Después de dos meses de capacitación —tiempo en que aprendió expresión oral, conocimiento de la ciudad, control de respiración mediante el pranayama (una práctica del yoga), programación neurolingüística, entre otros ejercicios—, Gaby hizo realidad su sueño en abril de este año, cuando salió por primera vez a la calle como reguladora vial. Y cuando lo hizo, “ya no quería sacarme la piel”.

Tras las sesiones de baile, cantos y charlas, los personajes paceños cubren con “pelaje” de cebra la ropa de cada miembro del Hogar San Ramón.

La visita a los ancianos del asilo de Achumani forma parte de las actividades regulares del Club Cebra, que empezó a trabajar el viernes 23 de octubre de este año con el objetivo de movilizar a la ciudadanía para que se inmiscuya en los problemas de la ciudad y encuentre soluciones.

Wendy Azurduy, coordinadora del Club Cebra, informa que los lunes y martes las cebras visitan unidades escolares, con el objetivo de hacer tomar conciencia a los estudiantes de que es más beneficioso tener un colegio limpio.

“En lugar de resolver este problema con prohibiciones, queremos hacerlo desde el entendimiento, que la gente entienda que cuando a ti te cuesta mantener un lugar limpio, lo cuidas más”, explica Mónica Jaimes, encargada del concepto de este proyecto.

Los miércoles están reservados para interactuar con las personas que viven en el Hogar San Ramón. Los jueves, los personajes de rayas van al hospital La Merced, donde imparten terapias alternativas de respiración y relajación mediante los “doctores del corazón”, y como complemento distribuyen “dosis de amorcicilina”.

Finalmente, los viernes están destinados a la campaña Cebra Por Un Día, a través de la que cualquier ciudadano puede ponerse la piel de este personaje y trabajar unas horas como regulador vial.

Es por esta razón que gente desde los “seis hasta los 100 años” pueden formar parte de esta actividad, que comenzó con la participación de varias personalidades.

La fiesta dentro del asilo de Achumani ha crecido. Casi todos los ancianos ríen con las charlas de Daniela, Wendy, Mónica, Gaby y las otras cebras. Los abuelos tienen mucho por contar, como si en los visitantes vieran a los nietos a quienes pueden relatar las historias de sus vidas.

Uno de ellos es Vicente Gómez, de 82 años, quien abraza a todos con efusividad y con una sonrisa parecida a la de un niño que recibe un regalo de Navidad.

Vestido con un sombrero de paja y un saco azul, que al igual que su dueño muestra que los años no pasan en vano, el abuelito cuenta que siente dolores en la espalda, en el estómago y en la muñeca. “Traémelo Mentisan, me va a sanar”, dice a su nuevo amigo antes de despedirse con un abrazo.

“Me cuentan su vida, nos dicen lo que sufren; otros dicen que se sienten muy abandonados por sus familiares, pero es interesante hablar y sentirte parte de ellos”, cuenta Gaby, quien para hacer de su personaje algo especial ha puesto en una oreja de su piel cebra un moño azul vistoso.

La música va cambiando de ritmo hasta transformarse en una cueca antigua, que es aprovechado por varios ancianos para recordar a través del baile aquellos tiempos en que esa música les movía el alma. “Estamos visitando a los ancianitos porque son parte de nosotros, son parte de la familia.

Venimos a sacarles de la rutina, a alegrarles un poco el día, a darles mucho cariño y mucho amor, porque eso es lo que ellos necesitan”, sostiene Gaby, quien estudia Contabilidad y por las tardes trabaja como cajera en una frial, “así es que no tengo mucho tiempo”, pero es voluntaria porque “lo hacemos con todo el corazón, con todo el amor que podemos ofrecer”.

Con el eslogan “Cero quejas, full acción”, Daniela recuerda que el Club Cebras recibe a voluntarios para cualquiera de las actividades programadas en la semana, “porque como paceños y paceñas no vamos a permitirnos quejarnos, sino que venimos a hacer, porque solo haciendo con las manos y con el corazón se hace ciudadanía y se construye familia”.

La jornada de abrazos, charlas y juegos ha terminado. Es momento del pan de media mañana, así que con paso lento, las personas de la tercera edad van hacia donde se encuentran las hermanas.

“Estoy contentísima con el momento de felicidad que nos dan, porque nos hacen olvidar nuestras penas”. Yola es una de las últimas en salir del salón, porque tal vez trata de mantener la vitalidad que irradian las cebras en este día que no es cualquiera, sino que es uno en el que por unos minutos se siente la piel de cebra.

Con el cuero de 14 años

El 19 de noviembre de 2001, un equipo de 24 jóvenes vestidos con trajes de cebras de dos piezas salió a las calles para informar a la población sobre la implementación del nuevo Plan de Tráfico, Transporte y Vialidad del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz.

La idea de introducir este personaje que ya forma parte de la paceñidad fue de Pablo Groux, Yerko Ilich y María Cristina Arias, cuando Juan del Granado era alcalde de La Paz. La imagen de la cebra se construyó alrededor del paso peatonal de cebra.

El personaje debía tener gracia y despertar empatía, debía ser el lado amable de la ciudad. Entre sus características estaba su misión de conquistar el corazón y hablar solo con gestos.

Construido el personaje, sus primeras acciones fueron las de informar sobre los cambios de ruta, respetar los pasos peatonales, los puntos de parada, el semáforo en rojo, y a partir de ello mostrar que tanto peatón como pasajero y chofer debieran ejercer su ciudadanía con respeto y responsabilidad, recuerda una nota de la Alcaldía paceña. Éste fue su primer pilar de trabajo.

El “cambio de piel” de un traje de dos piezas a uno individual y el establecer un horario de trabajo fueron resultado de la planificación en la gestión 2002. La institucionalización de las cebras ocurrió mediante la alianza con la Fundación Arco Iris en 2003.

Así se construía el segundo pilar de soporte: dar apoyo a jóvenes en situación de abandono y dificultades que podrían orillarlos a la marginalidad. Sus cuatro ejes de trabajo han sido la educación vial, lucha contra el ruido y la basura, además de la seguridad ciudadana.

El nacimiento del personaje del burro, el año 2006, hizo que se replanteasen la filosofía de trabajo de las cebras. Ello exigió políticas más sólidas, revisión y capacitación permanentes a los educadores urbanos.

Solo las cebras experimentadas y hábiles podían encarnar al burro, pues su actuación crítica ante los infractores de las normas —sean conductores o peatones— requerían al mismo tiempo decisión y gracia. Hoy los burros ya no existen.

En 2014, las cebras fueron declaradas Patrimonio Inmaterial de la ciudad. Después de 14 años de labor por el bien de la ciudadanía paceña, la experiencia del programa de Educadores Urbanos fue replicada en las ciudades de Tarija, Sucre y El Alto. En su aniversario, el jueves 19, se presentó al Concejo Municipal el anteproyecto de Ley de Educadores Urbanos Cebra, para proteger el espíritu y la filosofía de este programa.

‘Primero confiamos en Dios’

El Hogar San Ramón —que es administrado por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Santa Teresa de Jinot— acoge en la actualidad a 264 personas.

Hugo Arroyo, quien colabora con la administración del asilo de Achumani, cuenta que una de sus preocupaciones es que por las noches suelen dejar a personas de la tercera edad en la puerta de la institución.

“Generalmente recibimos a ancianitos que los vienen a dejar en la puerta en la noche, a la medianoche, 02.00, 03.00. Son ancianitos que no tienen ninguna identificación. Llegan de todas las capas sociales, ricos, pobres o clase media”, lamenta Hugo.

En muchos casos, estos individuos carecen de algún documento, por lo que personeros del hogar inician investigaciones para averiguar los datos del huésped.

De acuerdo con Hugo, la Gobernación de La Paz destina un monto de dinero para la alimentación de los abuelitos, que alcanza a seis bolivianos por persona.

“No hace falta decir qué hacemos con seis bolivianos, porque con seis bolivianos no alcanza para dar de comer a los ancianos, debido a que hay que comprarle la medicina, el pañal, hay que lavarle la ropa, necesitamos muchas cosas para atender a los ancianos”, afirma la hermana Hilda Arteaga, encargada del asilo.

La situación es muy diferente en asilos de otros departamentos, pues los ancianos en Santa Cruz y en Tarija reciben 18 bolivianos, mientras que en Oruro son beneficiados con 23 bolivianos diarios para su alimentación.

Pese a todas estas vicisitudes, la hermana Hilda confía en que la colaboración de la gente y de las instituciones alcanzará para cuidar a los ancianos. “Primero confiamos en Dios, porque él no nos va a hacer faltar”, asegura.




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